martes, 14 de septiembre de 2010

Primer Capitulo de Magos de Claustro

II. Guerra
Los Humanos estaban alterados, el terror se esparcía de esquina a esquina en las tierras de la Reina Cair-Par.
El Duque de los Reinos Extranjeros, quien se encargaba de aprobar las alianzas, y que hace poco había sido coronado rey, luchaba en los exteriores de los límites de las tierras humanas con su ejército. Una fuerza inverosímil surgía del corazón de los guerrilleros, que los hacía continuar y continuar peleando.
Se desconocía la causa de esta guerra. Las tierras y cultivos humanos estaban ardiendo en llamas. Con corazón frío, los guerreros de la desgracia miraban lo que ellos mismos habían causado. La gente se acurrucaba en las esquinas, con los brazos abrazándolas, y sollozaban.

Todo se aclaro, cuando hechiceros de lejanas tierras llegaban. Eran indiscutiblemente elfos, ya que en ninguna parte, a excepción de las tierras élficas, se daba el don de la magia.
Cualquiera en el pueblo hubiera sabido que era mala idea salir de sus casas. Se veía a elfos quemando casas con sus bolas de fuego. Nada en ninguna parte de las tierras humanas se comparaba con ese poder. Nadie, ni siquiera el rey sabía que hacer.
Lo bueno, era que las casas, a lo lejos, en los campos permanecían intactas.
Los humanos y los elfos, tenían una alianza hace mucho tiempo. Era un desperdicio que se arruinara, ya que los humanos se sentían seguros teniendo a estos elfos como protectores. Además los elfos, eran los únicos que sabían como vencer a los hombres-lobos, que los acechaban noche y día.
Una tropa del rey se dirigía directamente al bosque.



–Porque nos has traicionado- dijo furioso El Duque, quien sacudía las pulseras que tenía en la mano.
-Yo no he traicionado a nadie, vosotros sois los que ya no me sirven- dijo el Centinela más anciano de los elfos, con una sonrisa maliciosa e imborrable. El Centinela ya estaba acercándose al medio milenio de edad, por lo que ya tenía la apariencia de un humano de cincuenta años. Era un elfo formidable, con cicatrices de guerra en su rostro.
– ¡A que te referís con que ya no os servimos Chris!- se atrevió a decir uno de los Centinelas humanos, mientras otro arrojaba un puño hacia el Centinela, quién los recibió dolorosamente, pero, hizo como que no lo había notado.
-Me refiero a que nuestro trato ya no me contribuye- gritó, casi para que todos los humanos lo oyesen.
-¿Pero porque atacarnos?- dijo el Duque, que a la vez, había sido coronado rey.
-Porque el don de la magia, solo digno de los elfos, es un secreto muy bien oculto, que ustedes guardaban, pero ahora, el Oráculo nos dijo que se ha transmitido a algunos humanos, y eso nos traerá serios problemas- dijo, sobajándose las manos de forma facinerosa, ahogado en sus pensamientos.
-Pero el oráculo ah de cumplirse, ¿no crees que lo que estáis haciendo ahora, es precisamente lo que puede causarlo?- dijo el Duque pensativo.
-Talvez, muy probable, pero, prefiero arriesgarme, y me da un gusto tremendo asesinarte-, diciendo esto el Guerrillero, ordenó algo a uno de sus magos, que llevaba una elegante túnica roja puesta que lo declaraba como mago experto y consagrado. El mago dijo unas palabras in descifrables y de sus manos emergió un rayo que se dirigió directamente al Duque.

En uno de los árboles más altos, en la copa, yacía la Princesa Darina, una humana muy bella, con el pelo color miel, y ojos extraños de un color rojizo. Tenía un cuerpo bien formado, y digno de la realeza.
Observaba y escuchaba esto con horror. Al ver a su padre caer muerto, se acurruco en una esquina, para esconder su cabeza en sus brazos. Sintió como se le helaba la sangre, agudizo todos sus sentidos y se lanzó del árbol Se dirigió al Centinela,
-¡Chris!- dijo Darina, con los ojos consumidos por la ira, y con eso, casi su última parte racional se iba.
-Como osáis traicionar a mi padre, deberíais arder en el fuego, traidor, tantos años de alianza con vosotros, despreciables elfos, para que vos lo arruinéis, nosotros confiamos en vosotros, pero, ¡ya no más!- mientras Darina decía esto, extrañamente, la espada de su padre levito en el aire y fue directamente, como dirigida por alguien, al corazón del Centinela. Se oyeron murmullos por lo bajo, provenían del mago elfo, y de repente la espada se detuvo. Los ojos del Centinela, que había estado expuesto, apunto de morir, se posaron en la bella figura al frente suyo, y con el poder de los elfos de su lado dijo;
-Ella es uno de ellos, ella tiene el don de la magia-, los Centinelas trataron de proteger a Darina, pero el mago ya había empezado a pronunciar palabras extrañas, y todos los humanos se vieron atrapados en una pesadilla eterna, de la que muy pocos salían cuerdos. Se doblegaron en una esquina, entumecidos, y con dificultad, se podían percibir algunas palabras, probablemente de sus peores pesadillas.
-De que habláis, chiflado, solo los elfos poseen el maravilloso don de la magia, tu lo sabes mejor que nadie-, y puso cierto tono burlón en “maravillo”, cosa que ofendió a algunos elfos, menos al Centinela, que no pareció oír ninguna de las palabras que había recitado la humana.
- Llévensela, llévensela a el Hurttinney- Hurttinney parecía ser una palabra en elfico, que ningún humano podría haber descifrado. Cuando el Centinela dijo Hurttinney, todos, digo, TODOS, se sobresaltaron.
-Ya saben que hacer con ella- dijo, ferozmente, el guía de los Centinelas, que era el más anciano, pero no necesariamente el más sabio. Los Centinelas se aferraron a los brazos de Darina, que increpaba ayuda horrorizada.

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